Hasta cumplir una promesa

Vicisitudes de una familia humilde, víctima de la victoria falangista, que arrastra durante décadas, en silencio y con miedo, una existencia presidida por el dolor de la ausencia y de la injusticia, por el sacrificio callado para no añadir más pena a los seres queridos. Esta actitud vital la comparten todos, pero en especial Beatriz, hija de portera y zapatero y Manuel, de familia campesina. La boda de ambos supuso el traslado de las dos familias a Ceuta, donde Manuel veía oportunidades de vida mucho mejores para todos. Y, en efecto, los comienzos fueron excelentes. Ella era en 1930, una aprendiza en un taller de costura sevillano. Con quince años mostraba ya la buena disposición, laboriosidad y responsabilidad. Él era un muchacho entusiasta, muy trabajador y emprendedor, con espíritu familiar y social, afiliado a UGT. Pero la misma noche del 18 de julio del 36 no vuelve a casa. Extrañeza e inquietud, por lo inusitado de la circunstancia y la falta de información. Los primeros días pueden llevar a Manuel ropa limpia y algún alimento a la fortaleza-prisión del Hacho, donde está
retenido con otros muchos ceutíes. Hasta que el seis de abril de 1937 es ejecutado. La misma incertidumbre y ocultamiento que en su detención. Nadie sabe quién le ha denunciado (ni siquiera si tal denuncia existió) los detalles del asesinato ni dónde han ido a para sus restos (en noviembre de 2005 se inaugura en Ceuta un monumento con los nombres de los ciento ochenta cadáveres de una fosa común, entre ellos los de Manuel Gómez Salado). Beatriz y sus hijos siguen preguntándose ¿por qué?
Aunque el relato menciona los principales acontecimientos políticos, históricos y sociales ocurridos a lo largo de casi un siglo y pese a que todo el drama familiar no tiene más explicación que un asesinato fascista, no estamos, en puridad, ante una novela de guerra. Lo importante es el día a día de estos hombres y mujeres (ellas, sobre todo) bondadosas, ejemplares, compasivas, solidarias, honradas, modélicas. Y a los que nada de lo que sufren en persona o lo que ven a su alrededor hace cambiar (solo Beatriz deja de ir a misa tras el asesinato de su marido, aunque luego bautiza a sus hijos, a medias obligada, a medias por comodidad). Los personajes son de una pieza, buenísimos (excepto un falangista). Incluso al sargento que les da noticia de la muerte de los dos amigos a los familiares «se le parte el alma cada vez que los veo venir, siento mucho tener que ser yo quien les de la mala noticia». La relación de las jóvenes costureras entre ellas y su maestra no puede ser más armoniosa. Los hijos pueden renunciar a una vida propia para no dejar solos a sus ancianos padres.

(Resumen extraído de AMESDE. Repertorio bibliográfico 2020)