Cuentos de trinchera y retaguardia

Se trata de una colección de quince relatos de parecida extensión (entre quince y veinte páginas cada uno) que siguen un cierto orden cronológico: los primeros se refieren a los años de la II República y los últimos al final de la guerra y el comienzo del exilio. Casi todos ellos están protagonizados por gentes sencillas y anónimas. Entre ellos, la mitad aproximadamente participa de manera voluntaria en el conflicto, mientras que la otra mitad son sujetos pacientes de una violencia desencadenada al margen de su voluntad. En «Bailando con monjas» el protagonista es un joven anarquista que se ve envuelto, casi contra su voluntad, en un saqueo e incendio de un convento de monjas en mayo de 1931. «Campo de calaveras» tiene como personajes a tres madrileños amigos íntimos de la infancia a quienes la guerra separa definitivamente. «El traje de luces» es la historia de un integrante de la «brigada de los toreros» que defendió la sierra de Madrid de los ataques rebeldes. Zayed, un marroquí que lucha con las tropas de África, comparte habitación en un hospital con René, un comunista francés integrado en las Brigadas Internacionales, en «Una enfermedad tropical». Un abuelo y su nieto son los protagonistas de «Un panadero en la montaña», relato que narra sus peripecias para
alimentar a las milicias republicanas en la sierra madrileña. Un comunista escocés y un poeta inglés perderán la vida en el asalto del Pingarrón en «Dos brigadistas» Don Porfirio es un cura fanático y despiadado, voluntario en la «columna de la muerte» que fue arrasando ciudades y pueblos desde Andalucía hasta el centro peninsular. El mundo de los periodistas extranjeros está descrito con ironía en «El corresponsal». Y de este tono son el resto de los relatos.
El libro se abre con una cita de Arthur Koestler: «Otras guerras son una sucesión de batallas: la española es una sucesión de tragedias». Justamente, este es el objetivo del autor: narrar las tragedias que sufren todos los personajes que pululan por los relatos. Ninguna historia tiene un final feliz: todas terminan o en tragedia y muerte o en desesperanza y tristeza. Aunque los republicanos siempre están señalados como «lealistas» y los franquistas como «sublevados», el autor procura una cierta equidistancia argumental: hay sendas parejas de novios, unos en Valladolid y otros en Madrid, con idénticas aspiraciones de futuro, hay violencia republicana anarquista junto a cruel fanatismo en la columna Castejón, un moro y un brigadista dialogan sus camas de hospital, etc. El autor parece resignado a aceptar el conflicto de 1936-1939 como una consecuencia inevitable del cainismo de los españoles, sin que parezcan importar las raíces sociales y políticas que llevaron a la guerra ni su significación en el contexto internacional de la época. Desde el punto de vista de la escritura, la prosa es lineal, sencilla y amena, sin artificios literarios y con un tono que oscila entre la compasión y la ironía.

(Resumen extraído de AMESDE. Repertorio bibliográfico 2020)