La mujer sin nombre

En 2018 Noelia Cid se dispone a estrenar Sortilegio, una obra inédita del dramaturgo Gregorio Martínez Sierra. Con objeto de que los actores y actrices participen de la reconstrucción de sus personajes, todo el elenco se centra en la investigación sobre esa obra que por su argumento –un triángulo amoroso formado por una pareja y el amante homosexual del marido– resulta muy avanzada para su época, los años 30. Las elucubraciones del elenco teatral, junto con las de Alda Blanco y Patricia O’Connor, personajes reales que han investigado la figura de María Lejárraga, se alternan con el relato de la vida de esta última desde 1900, año de su boda, hasta 1974, fecha de su muerte en Buenos Aires, pasando por la amistad de la autora con Juan Ramón Jiménez; su estancia en París, Bruselas y Londres; los años de los grandes éxitos teatrales de la pareja; su colaboración como libretista con Manuel de Falla, José María Usandizaga y Joaquín Turina; la separación de su marido, cuando este deja embarazada a su amante y primera actriz de su compañía; su participación en política, primero con el grupo feminista del Lyceum Club y posteriormente, en 1931, como diputada del Partido Socialista por la provincia de Granada; el estallido de la Guerra Civil y su largo y durísimo exilio, primero en Francia, hasta los años 50, y luego en Estados Unidos, México y finalmente Argentina.
El enigma que pretenden aclarar Noelia y sus compañeros, una vez que descubren que María Lejárraga no solo colaboró en la creación de las obras firmadas por su marido sino que, en algunos casos, fue su única autora, es por qué después de su separación continuó colaborando con él, por qué nunca quiso dejar constancia de su autoría, o por qué optó por no divorciarse, ni siquiera cuando la República lo permitía.
La figura de María Lejárraga es realmente apasionante y esta novela le hace justicia, en especial en los capítulos que recogen sus propias palabras a través de sus textos o su correspondencia, muy destacadamente,
la mantenida con Juan Ramón Jiménez y con Manuel de Falla; en ellos queda en evidencia su fuerza, su sentido del humor y su inagotable capacidad de trabajo. El relato corre a cargo de un narrador omnisciente, excepto en
casos en que, en segunda persona, se recogen los interrogantes de Noelia o las reflexiones que Lejárraga se hace a sí misma, con creciente presencia según se acerca el final. Los capítulos en los que el grupo teatral discute sus suposiciones sobre la autoría de los textos y las motivaciones de la protagonista pretenden agilizar el relato y contribuir a acercar estas últimas a la mentalidad actual; sin embargo, en general resultan superfluos y desdicen del conjunto.

(Resumen extraído de AMESDE. Repertorio bibliográfico 2020)