El calidoscopi

Fragmentados y coloridos, como las caprichosas combinaciones de su viejo caleidoscopio, los recuerdos se agolpan en la memoria de Laia, una mujer madura, deprimida y exhausta, en las horas previas a ejecutar una dramática decisión. Los más vibrantes y luminosos corresponden a su infancia y juventud, transcurridas en Arenys de Mar entre 1920 y 1943. Por contraste, los grises, oscuros y neblinosos, tiñen los días de su difícil adaptación a Tarrasa, la capital textil del Vallés donde ha vivido hasta hoy, un día de 1964. Laia pertenecía a una familia modesta, su padre, idealista y de izquierdas, era representante de cafés y sus tíos, un matrimonio de derechas sin hijos, regentaban un merendero en la playa. En julio de 1936 presenció conmocionada los disturbios anticlericales desatados tras el levantamiento y, poco después, sus padres fallecieron de un tifus fulminante, por lo que aceptó vivir con sus tíos. Durante la guerra, Laia, como la mayoría de sus vecinos, experimentó las dificultades y la escasez de la vida en la retaguardia. En la primera posguerra conocería a Ramón Anglada, un fabricante de medias de Tarrasa, trece años mayor, viudo y con un hijo. Ilusionada, aceptó su propuesta de matrimonio. Pero nada salió como esperaba. La estirada y clasista familia del marido no se lo puso fácil, la humeante ciudad industrial la entristeció y hubo de enfrentarse sola a la hipocresía de la sociedad que frecuentaba el Gran Casino. No la alivió ni el nacimiento de su propio hijo, pues iba comprobando el progresivo alejamiento del esposo. Los rumores sobre la adicción al juego y al alcohol y los líos de faldas, siempre negados por Anglada, escondían una realidad mucho más grave: la ruina de la empresa y el desahucio de la casa familiar. Incapaz de hacer frente a esta amenaza, Laia precipita su designio.
La escritora concibe esta primera novela como un juego de espejos, al modo de un cambiante y multicolor caleidoscopio, a través del cual cobran vida los recuerdos de su protagonista, una mujer sencilla y de pueblo, la Laia de can Galliol, y los diversos personajes que a lo largo del tiempo se relacionarán con ella. En la localidad costera el relato de los sentimientos familiares, los juegos infantiles y las ideas políticas, así como las difíciles experiencias de la guerra y de la primera posguerra, se presenta casi siempre matizado por el azul del cielo y del mar Mediterráneo, unos colores y una luz que Laia siempre añorará. En la Tarrasa de la dictadura franquista todo aparece bajo un deprimente barniz ceniciento, desde la relación conyugal, el trato con los suegros y parientes, las forzadas amistades, los compromisos políticos, las fiestas de sociedad y hasta los hijos. Al presentar estos dos contextos tan distintos, la autora subraya las dificultades que hombres y mujeres experimentan al enfrentarse a las convenciones sociales. Aunque rechaza lo que significa esta presión, Laia no sabrá resistirse al qué dirán y al fracaso público que suponen la ruina y el desahucio. Quizá las raíces de su negatividad y desamparo, como parece sugerirse al final de la novela, haya que buscarlas en un violento suceso de tiempos de la guerra, un trauma que su mente borró durante años.

(Resumen extraído de AMESDE. Repertorio bibliográfico 2019)