El Duque. La saga de los Gándara

Francisco de Gándara y Valdés ha heredado, junto con el título de duque de Ramblas, posesiones en Extremadura, que le administra un pariente lejano y le cuidan fidelísimos criados; un ayuda de cámara, confidente, chófer, indispensable para todo lo relacionado con la vida diaria y un administrador que vela por sus intereses comerciales y financieros mejor que él mismo. Posee, además, un palacete en La Castellana madrileña en el que su vida discurre con entera placidez. La duquesa, doña Emilia, pasa largas temporadas en Biarritz con sus hijos, lo que permite al duque dedicarse a sus aficiones favoritas, la caza y los coches, y no estorba su condición de adúltero "no compulsivo, pero sí muy continuo", ni la imagen de estabilidad conyugal. Esta apacible existencia se ve alterada por el golpe de estado del 36. Su palacete es incautado, pero el fiel Anselmo le encuentra un escondite en la buhardilla de un prostíbulo, donde cuida de él Balbina, veinte años más joven, que en adelante se convierte en el amor de su vida. Pronto se alista en el ejército franquista, como conductor de un general, y participa en las campañas del norte y Aragón y en la entrada final en Madrid.
Acabada la contienda, pronto se restablece su mundo: el palacete es rehabilitado y la familia vuelve a reunirse, aunque los 31 miembros del servicio han quedado reducidos a seis. Pero, sobre todo, recupera a Balbina, a la que pone piso, que será su nido de amor. Ella entra en Telefónica, donde en seguida asciende, gracias a su cocimiento de lenguas, a su laboriosidad y simpatía y belleza. La pasión entre ellos no deja de crecer y su vida de pareja se simultanea con la familiar. El viaje que realizan juntos a París y Londres es la plenitud de su amor y le lleva a consentir con la mayor aspiración de Balbina: ser madre. Pero, inopinadamente, ese embarazo le costará la vida.

(Resumen extraído de AMESDE. Repertorio bibliográfico 2015)